3.3.14

La parábola de los cobardes tan hiperbólicos que se creían valientes.

Pongamos que éste es el primer día
de nuestra última oportunidad
para saltar charcos como si nos fuese la vida
para llovernos con el paraguas de tu abrazo
para llorarle a ese miedo que ya se ha cansado
de ser hijo único.

Tienes unas manos perfectamente diseñadas
para fundirnos con cada una de las farolas de Gran Vía
cuando la noche se viste de largo
y sólo nos interrumpe el sonido de mis peros.

Nunca he sido chica de excusas
no tengo porqué darte explicaciones
son esa clase de gilipolleces que se hacen
para impresionar... En este caso impresionarte.
Y de paso cagarla la mayoría de las veces.

Hace frío y no llevas chaqueta
supongo que te la habrás dejado en el último garito
pero tu orgullo idiota te impide admitir
que quizás la tomó prestada algún machito aún más idiota que tú.

Te brillan los ojos
y creo que los tienes más grandes que nunca
porque esconden tantas ganas y verdad
que ya no sé si son tuyas, mías
o es que aún voy un poco ciega.

Pasamos por delante de una pizzería 24h
y antes de que pueda ni siquiera hablar
ya has pedido por mí
y cómo me encanta saber que no has olvidado
que odio el roquefort.

Bien por ti
porque no hubiese querido
tener que mandarte a tomar por culo
después de cuatro gin-tonics
no sé cuántos versos
y muchas ganas de pedirte que
subas a casa a tomarte el último.

Sé que es esa maldita cara que tienes
de conato de Big-Bang emocional
que da ganas de quererte hasta el último día
y aísla el miedo a la pérdida.
-Por inminente que sea-.



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Mi caja de cerillas no es muy grande... Pero seguro que puedo hacer un huequito para la tuya :)