7.7.14

De flores y desastres.

Te conocí floreciendo
cuando fuera nevaba
y ahora eres
lo único marchito
de mi primavera.

Supongo 
que dejé de creer
en la meteorología
cuando te saliste
de mis previsiones.

Dentro
ya no me cabe más lluvia
por eso le confío
a mi fértil corazón
llorar tus restos
como quien no quiere la cosa.

Nunca me había visto
tan guapa
como el día en que dejé 
de quererte:
me ricé las pestañas con tu ausencia
y me puse un poco de tu yo
en las mejillas.

Ese yo
-tu recuerdo, para entendernos-
que olía a vida
tras una noche de sexo desastroso,
ese yo 
que nos mantenía vivos
a pesar de los desastres.

Era tan bonito verte triste
sentarme
a observarte las heridas desde la distancia
con el único propósito de curarte
para así 
poder curarme yo también
de dentro hacia fuera
como si de nuestra propia tragedia griega se tratase,
volviendo a nacer desde el epicentro
sin pensar en el perímetro.

Y es que ojalá sea cierto
eso de que las chicas tristes
las que nunca miran hacia el cielo
las que tienen flores en las manos
-y la sensación constante de llegar tarde al mundo-
son las más bonitas.

Por aquello de autoconvencerme, 
más que nada.