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Equivocarme siempre ha estado entre mis planes:
era contigo con quien no contaba.

(Pablo Benavente)


Yo siempre he sido
del tipo de chicas que pelean
por un falso amor de celuloide,
de pagar a medias la cena en el chino,
de dejarte ganar al Street Fighter
y de pensar que sus camisas te quedan 
mejor que a él.

Quizás por eso
de tanto tropezar con la misma piedra
y dejar que me hiriese
en el mismo sitio,
terminé queriéndola más 
que a mí misma.

Hasta que una noche me pillaste
desprevenida:
borrachos de cerveza y ganas,
no tuvimos más remedio que reescribirnos
para poder optar al Oscar
al mejor guión original.

Volvimos a ser niños tan pronto
como tus manos 
buscaban
mi culo
en el reservado de aquella discoteca pija.

Tú eras el buenazo
al que siempre robaban el almuerzo
en el cole,
y yo la niña de coletas
y uniforme lleno de arrugas
que se hacía la valiente ante los matones
para recuperarlo.

Esa niña a la que dabas
un beso
en la mejilla,
y era incapaz de atender a las clases
de después del recreo.

Esa niña 
que después de haberte tenido cerca
un tiempo,
ya no se fía de nadie.

El tiempo es 
demasiado relativo:
depende de con quién estés,
diez minutos 
pueden ser un siglo.

Por eso, 
supongo que debo darte
las gracias
por haberte ido:
si tengo que comerme la cabeza, 
mejor
echarle la culpa
al vino.