19.6.12

Chica del vestido de flores.

Chica del vestido de flores
siempre los mismos errores
a tientas, dos mil perdones
aparentar sobre tacones

se te da de maravilla
maestra en huidas rápidas
promesas que se vacían
en mensajes de despedida.

El viento sobre tu falda
crees que eres muy mala
me río yo del karma
cuando llegue el otoño mañana.

7.6.12

Cambios en el código de (nuestra) circulación.

Tu espalda al final de este laberinto del que no sé salir... Como si de mi viaje favorito se tratara, empieza en el lóbulo de tu oreja y termina en tu talón de Aquiles, pasando por el tatuaje de la nuca y tus hoyuelos. Siguiendo las señales de nuestro propio código de circulación, en la página 253 dice "Se prohíbe romper a besos la estrecha línea que separa manos y miedos si no se tiene la intención de detenerse a mimar clavículas ajenas". Odio la palabra ajeno. Cuando te pones el disfraz de tipo duro y finges no encontrarte en mis poemas, eres ajeno: ajeno a la vida que imaginamos en nuestro fuerte de Playmobil mientras yo intentaba hacer que te gustase el White Russian. Cuando se te pasa la tontería de querer ser invierno, hasta creo que me podría enamorar de ese diciembre que tanto me recuerda al principio. Porque el frío siempre fue algo muy nuestro, de escondérnoslo en el bolsillo de atrás de los vaqueros para, egoístamente, esparcirlo en el dormitorio con la única finalidad de fundirnos como si no hubiese un mañana. Tus manos, mis cosquillas, nuestros "aquí y ahora". Todo son pronombres, ganas de etiquetar aquello que se valora más siendo indeterminado... Porque la indeterminación está más cerca de lo interminable... Y ese tipo de cosas están bien así, sin final. O si lo tienen, doy gracias por estar tan ciegos que no podamos verlo.