31.3.10

Felicidad vs Godot

A lo largo de la historia del teatro, muchos autores se han servido de las típicas emociones humanas para llenar muchas de sus obras. El teatro, en esencia, es una unión de sentimientos elevados a la máxima potencia en las que el escenario es la plataforma perfecta. Y el autor es esa especie de mago capaz de plasmar en papel las ideas que por ahí rondan.
El teatro es arte, la mayor expresión de belleza creada por el ser humano. Con el teatro sentimos y somos capaces de visualizar los instintos frustrados del día a día. Es la vía de escape a una sociedad insípida, falta de tacto, carente de motivaciones. Quien tenga la grandísima suerte de poder estar en contacto con este maravilloso mundo sabrá que no me equivoco, que mis palabras nacen desde unas bases fundamentadas en la ilusión y las ganas del trabajo bien hecho.
Pensar en las distintas etapas por las que ha pasado el teatro es ayudarse a entender la evolución del ser humano en paralelo al curso de la historia. Absurdo, farsa, teatro de la posguerra, surrealismo… Indudablemente, cada época consta de cierto número de obras que las caracterizan.
Si miramos hacia atrás en el tiempo encontraremos referencias al mundo teatral, por mínimas que sean. Si la intención es buena, allá donde queramos ver teatro veremos teatro. En los discursos políticos, con esa forma de hablar tan exagerada y un claro ejemplo de histrionismo; en las guerras también, con sus roles tan claramente diferenciados; quizás también las distintas revueltas sociales a lo largo de la historia, tomando a cada manifestante como un monologuista fortuito. Y en cada uno de esos momentos había, hay y habrá una persona, con virtudes y defectos, buscando algo.
Hoy en día, la existencia de muchos se rige por la búsqueda de la felicidad, esa felicidad que muchas veces parece no llegar nunca. Y es entonces cuando llega el debate “¿Qué es ser feliz?” o la difícil determinación de los baremos de una mayor o menor felicidad en función del individuo.
Samuel Beckett, uno de los autores más representativos del teatro del absurdo, plasmó un magnífico debate sobre la búsqueda de la felicidad en su obra maestra “Esperando a Godot”. En ella Vladimiro y Estragón, los dos personajes principales, basan su existencia en la llegada de un tal Godot, pensando que el desconocido les podrá librar de sus existencias vacías y carentes de motivación. A pesar de haber sido escrita a mediados del siglo pasado, su trama bien podría aplicarse a la actualidad. Dos individuos necios, iletrados, sin ganas de vivir que confían en una dudosa promesa con tal de mejorar su presente. Vladimiro y Estragón admiran a Godot, y saben que éste les podrá beneficiar en su día a día. Da igual que nunca le hayan visto ni hayan escuchado su voz: les han prometido que pueden ser felices fácilmente y no se van a rendir hasta conseguirlo. Bien podrían ser una pareja de hoy día que lucha por seguir adelante, con sendos trabajos que nunca desearon pero que resulta el único medio para conseguir vivir dignamente.
Godot es la felicidad personificada, el sueño cumplido, el final del camino. Por eso los protagonistas de la obra se sienten tan tremendamente frustrados y confusos cuando ven que ese visitante al que esperan tan ansiosamente nunca llega. Vladimiro y Estragón están vacíos, desilusionados, sin ganas. Ya han exprimido sus fuerzas al máximo. Sólo les queda esperar a que ese cambio que les han prometido se haga realidad lo más pronto posible.
Hablando de la vida real, Godot es ese aumento de sueldo cuando las cosas van mal, es ese amigo que te sonríe cuando más lo necesitas, es la mano que te sujeta cuando estás a punto de caer y ese “te quiero” antes de que sea demasiado tarde.
Beckett les llamó Vladimiro y Estragón. Pero podríamos ser tú y yo.

23.3.10

La maravillosa historia de un error incomprendido II

JIMENA.- No recuerdo haberte dicho mi nombre el otro día.

HÉCTOR.- Es que no lo hiciste.

JIMENA.- ¿Entonces?

HÉCTOR.- Lo pone en tu colgante.

JIMENA.- ¿Qué? Sí, perdona... Lleva tanto tiempo conmigo que suelo olvidar que lo llevo puesto.

HÉCTOR.-Deberías tener una teoría para estos casos.

JIMENA.- La tengo.

HÉCTOR.- ¿La tienes?

JIMENA.- Sí, bueno... El 40% es de Joan Fuster, pero no creo que le moleste. Decía que los habitantes de la zona del Niágara están tan acostumbrados al estruendo que producen las cataratas, que son capaces de hacer una vida completamente normal. Como el tic-tac del reloj, o la lluvia: nos hemos habituado a vivir rodeados de cosas tan pequeñas que corremos el riesgo de perdérnoslas. Lo mismo que el colgante: es tan yo que seguiría siendo yo aunque no lo llevase, pero aun así sería menos yo si no lo hiciese. No sé si me entiendes.

4.3.10

seres automáticos.

Parpadeando. Mientras unos dicen que no se quieren ir, está el que no volvió nunca. Rosas plastificadas debajo del colchón. La visita insospechada. Y ocho más tres son cinco para mí. Recuerda que no. Olvidarte del principio y querer un final. Ventana. Rojo y negro con lunares. Camisas de cuadros sin planchar. Arriba. Alternarte. Dame de beber. Gente que canta sin hablar oliendo a Werther's Original. Cocinar con vainilla en polvo. Soñar con ir a China. Quererte de aquí a Rusia. Morirte de frío a 32ºC. Leer los diarios de Hilda para saber menos. Zumbido de buenas noches. Conducir por la autopista. Hacia el cielo. Como cuando cantas "Girl, I'll be a woman soon" y crees que nadie te ve. Lucir nuestra mejor sonrisa. Electromagnetizarte con polvo de tantalio para chocar a propósito. Vivir vencida, vivida, vendada. Lo que viene siendo automatizarse.