Diciembre es muy de quererse... Pero él
solía llevar guantes incluso en verano. Tenía miedo de tocarme, de
sentir que esto que éramos latía sin pensar en un mañana. Le pedí
una ventaja de dos atardeceres, quizás tres mediodías perdida en
sus costillas. Necesitaba sentir sus yemas recorriendo las líneas de
mi espalda, ver como los lunes se volvían madrugadas de viernes sin
casi darnos cuenta. Nuestras promesas hechas historia, páginas que
cada 14 de agosto había que pasar... O acordarme de que un día se
pasaron.
Llegué a pensar que ya nunca más
seríamos primera persona del plural... Porque los pronombres llegan
sin avisar y duelen tanto como vivir en pretérito. Pedí ser tocada
en francés, a ver si así el miedo era algo menor... Demasiado
tarde: las ganas se me habían enquistado en la garganta. Vi dos ojos
marrones que hablaban diciendo “quiero pero no puedo”... Y
entonces supe. Supe que no podía tocarme a mí... Pero que era la
única persona del mundo capaz de quererme a través del violín.
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Mi caja de cerillas no es muy grande... Pero seguro que puedo hacer un huequito para la tuya :)